Giovanna Battaglia, bloguera, editora de moda, trendsetter...

Giovanna Battaglia pertenece a una nueva aristocracia. Una nobleza sin título ni derechos adquiridos.
Esta italiana se ha ganado su estatus a pulso. Es editora de moda en varias publicaciones, estilista freelance en otras tantas, habitual en las fashion weeks, bloguera asidua, diseñadora esporádica e it girl de la industria de la moda. «¿Cuántas horas trabajo? Muchísimas. Durante las semanas de la moda, 20 al día. No paro. Nueva York me ha obligado a ponerme bailarinas de vez en cuando. Menos mal que son tendencia», afirma Battaglia, quien recibe al equipo de S Moda en su exclusivo apartamento del Upper East Side (Nueva York).

Muchos de ustedes no la conocerán. Pero los que hayan oído hablar de ella no osarán desprenderse de las bailarinas este otoño. Porque lo que dice Battaglia (bueno, más bien lo que luce) va a misa. Y de ahí a la calle. La milanesa de 34 años es una eminencia en tendencias y su nombre genera millones de resultados en Google Imágenes. Su estilo es fotografiado, envidiado y copiado. «Las editoras de moda y estilistas somos famosas gracias a Internet. Los años 90 fueron la década de los grandes nombres, de Grace Coddington y Camilla Nickerson, pero si no trabajabas en el sector, no las conocías. Las páginas de street style nos han popularizado», concede. Giovanna es una vieja conocida de las webs que comentan estilismos callejeros; el público de The Sartorialist y Jak&Jil la adora. ¿Por qué? «Me uso como muñeca y tengo la suerte de poseer un gran armario. Me divierte crear looks, mezclar piezas y adoro que la gente reaccione y comente. Es curioso, pero cuanto mejor me lo paso, mejor sale el estilismo», confiesa.


Comparte esa actitud relajada ante los códigos con su mentora, Anna Dello Russo. Giovanna, o Gio, no es tan alocada ni estrambótica como la directora creativa de Vogue Japón. Pero también cultiva el lado lúdico de la profesión. «La moda no es solo arte, es diversión. Es importante tener ambos ingredientes. Si no, te puedes volver loco. Esta labor requiere dedicación: se trata de un trabajo serio y exigente, lleno de imprevistos. Hay que tomarse las cosas con humor porque al final todo es más simple: mi misión es crear estilismos bonitos e imágenes bellas».

Al igual que las directoras de las revistas, es capaz de poner de moda una marca o tendencia. Pero al contrario que la mayoría de editoras, le basta un gesto: vestir. Un ejemplo: se calzó unos zapatos de Aquazzura y la firma despegó gracias a la viralidad de Internet. «Yo también: la Red me catapultó. Llevaba ocho años trabajando en Condé Nast, nadie me conocía. Pero The Sartorialist me hizo una foto y me volví ubicua». Antes, solo los japoneses la retrataban. «Las editoras y estilistas vestían de negro en las semanas de la moda. Cuando yo empecé, quería pertenecer. Así que me fui a una tienda y me compré ropa de ese color. Pero ese tono me entristeció, así que me dije: “A la porra” y empecé a llevar ropa animada. A los nipones les gustó y me fotografiaron sin parar. Me hice famosa en Japón». Aunque a veces, su celebridad virtual la frustra. «Da un poco de rabia… La gente solo te conoce por tus estilismos, no por tu obra. Y no es consciente de que le dedicas muchas horas a los editoriales de revistas. Pero hay un espacio para todo: están los adolescentes que me escriben y me dicen cuánto adoran mis looks y quienes me conocen en el gremio por mi labor».

No es partidaria de la moda intelectual, pero sí de catalogarla: parece una biblioteca. «Cuando me gusta algo, me obsesiono: quiero saberlo todo. Conozco las líneas, temporadas, el tipo de tacón, la modelo que lo lucía, un montón de datos. Mi memoria visual es buena. Un amigo me llama Giopedia».
Si sus decisiones estéticas generan admiración, su vida epata. Está muy bien escrita. Battaglia nació en el número uno de la vía Monte Napoleone, el epicentro del lujo fashion de la capital italiana. Sus padres son artistas: su madre, de Calabria, es escultora y su padre, siciliano y pintor. «De niña diseñaba para mis muñecas y las hacía desfilar. Luego, organizaba pasarelas con mis hermanos». Tiene cuatro: dos chicos y dos chicas.


«Deseaba trabajar en moda pero sabía que era un mundo cerrado. Ningún familiar estaba en el circuito. Con 16 años probé suerte como maniquí. Sabía que no era muy guapa. No era Claudia Schiffer ni Linda Evangelista, conocía mis limitaciones. Pero lo intenté y terminé posando para Dolce & Gabbana». E hizo algo más que trabajar para Domenico y Stefano. Se convirtió en su musa y amiga. Lo sigue siendo. Luce sus diseños, acude a sus fiestas, trabaja como su estilista tras las bambalinas de los desfiles y se deja llamar musina.
Alta, fibrosa, morena, esbelta y muy italiana; por mucho que diga, Battaglia sí da para modelo. «Pero hablaba y opinaba demasiado y eso no era bueno. Apreciaba más la parte creativa: los diseños, los accesorios y el estilismo. Aunque entonces esa labor no estaba reconocida, no había estilistas estrella en 1998. Pero esa era mi vocación. Me gustaba la música, el arte y el cine, pero no quería trabajar en eso. Entonces descubrí que podía practicar todas mis aficiones en una foto. Me gustaba dirigir imágenes, pensar en ellas, vestir a las modelos, elegir la ropa. Con 21 empecé a trabajar como estilista». Y al cabo de un año, dio la campanada. «Fue en un barco de camino a Puglia. Estaba de vacaciones y había decidido ir a ver a mi abuela». ¿Y quién estaba en el ferry? Anna Dello Russo. «Habíamos coincidido en Vogue Italia, donde Isabeli Fontana, mi hermana y yo habíamos posado. Nos pusimos a charlar. No estábamos hablando de trabajo pero, de repente, ella soltó: “Así que, Gio, quieres ser estilista”. Y me preguntó si querría trabajar en moda masculina [Dello Russo era la editora de L’Uomo Vogue]. Yo le contesté: “Con tal de seguirte a ti, trabajaría en Vogue Dogs”».
Etapa neoyorquina. No tuvo que poner cancanes a perros: Vogue China y Alemania o Vanity Fair fueron algunos de sus clientes. La siguiente llamada no se hizo esperar. Franca Sozzani, directora de Vogue Italia, le ofreció el puesto de directora de Moda en el relanzamiento de los suplementos Gioiello y Pelle. Aceptó. «Durante dos años fui a la oficina. Aprendí y me divertí. Pero no era lo mío. Prefiero ser autónoma. Además, Milán se me quedó pequeño». Así que dimitió. ¿Paso siguiente? Nueva York y la revista W (con la que tiene un contrato como editora freelance y en la que protagoniza una página cada mes). Y allí lleva dos años junto a Vladimir Restoin Roitfeld, su novio. Vladimir, por cierto, es el hijo de otra emperatriz de la moda, Carine Roitfeld, la exdirectora de Vogue París (la endogamia se impone en la aristocracia estética).
Su voz es masculina, gutural. Impone. Una se la imagina domando y dominando a las fieras. Como seguro hará cuando termine la sesión de fotos para S Moda. Su pareja, coleccionista y comisario de arte, ha organizado una exposición en casa. «El arte siempre ha sido parte de mi vida». ¿Y en qué se diferencia el circuito neoyorquino del milanés? «En Nueva York todo es más grande. En Milán hay obras increíbles, pero todo es estático. De Italia surgen movimientos, pero allí no se vende como en EE UU, donde se comercializa mejor. Detrás de una obra hay una gran exposición, un gran anuncio, un gran marketing. Por eso hay muchas más muestras».


Conserva su piso en Milán. «Lo comparto con mi hermana, tiene dos plantas. Intento ir cada mes y medio». ¿Y no echa de menos parte de su ropa? «Sí, pero mi hermana me envía fotos con ella puesta de vez en cuando». Tiene tanta que difícilmente entra en los armarios. ¿Su favorita? «Es complicado elegir. Tal vez, el vestido vintage de Stephen Sprouse que llevé en Cannes [2011]. Funciona de noche, es divertido… ¡me encanta!».
Y es que Gio es hija de los 90. «Hasta tuve mi época hip hop. Con 15 años llevaba solo ropa masculina y ancha. La fase duró dos años. Luego volví a vestir muy signorina. Y con 16, empecé a salir de noche con tops y minifaldas de plástico. ¡Menos mal que no había webs de street style para inmortalizarme!». ¿Su década favorita? «Los años 60. Fue el Renacimiento de la moda».
Para Battaglia, las tendencias son terapia. «Una de mis expresiones favoritas es de una amiga. Me dijo: “Tu imagen es prozac para la vista”. Es el piropo más bonito que he escuchado». Y añade: «La moda nos determina: si llevas un vestido sesentero y unos stilettos, actúas de forma elegante. Pero si vistes un atuendo rockero, serás más descarada. La imagen moldea la personalidad y la forma de andar. Por eso no suelo escoger el negro. Soy italiana y me recuerda al duelo y los funerales».

Fuente: El Pais S Moda

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